Después de haber leído los 2 decálogos-decretos LOMCE y LOGSE, respectivamente; habiendo hecho uso como docente no oficial en distintas situaciones, de determinados valores didácticos para diferentes propuestas de enseñanza, intentaré reflejar aquí cuál ha sido mi impresión. Comparándolas intentaré, desde una posición personal, expresar cuáles pueden ser la necesidades y los contextos que nos llevan a la situación de un análisis constante para las nuevas pedagogías contemporáneas.
A juzgar por lo leído, se visualiza un salto evidente en la manera de entender y de comunicar el decreto. El lenguaje utilizado sufre una transformación acusada y diría que cierta mejoría.
El decreto LOGSE (1992) mantiene un lenguaje más lineal y previsible, me atrevería a decir que más formal en cuanto a vocabulario específico se refiere. En la primera parte del texto, antes de empezar a desglosar ideas y recursos en clave técnica, se pueden encontrar elementos de opinión que apuntan una actitud reivindicativa.
Actualmente, en educación, es sabido que la explosión de las vanguardias artísticas del s. XX y de los valores de la creatividad han llevado a una mayor aceptación social y científica del saber creativo moderno no exclusivamente lógico-lineal. Cabe recordar pues, que los programas anteriores a la logse, entendían éstas prácticas como un hecho meramente decorativo o artesanal.
Puede que la razón del tono que adquiere el decreto en determinados momentos se deba a la necesidad de marcar estos nuevos objetivos como urgentes. Una escritura más rígida e imperativa que deja entrever la voluntad de otorgarle más importancia al hecho creativo, pero desde una posición aún equidistante.
En resumen, todo el desglose posterior a la fase de introducción se apoya sobre dos conceptos o ejes: “saber ver” - “saber hacer”. El primer concepto hace referencia a una forma de entendimiento “no práctico” o desde “la teoria”; un proceso intelectual de absorción-aprendizaje que no implica la práctica. El segundo en cambio, se define como eminentemente práctico y que se trabajaría “con las manos.
En mi opinión, esta división sobre la que se asienta todo el resto del esquema didáctico es demasiado simple y, en si misma, errónea, dado que como artista plástico-músico, con el tiempo, he llegado a entender que el proceso cognitivo “visual” (en el caso del dibujo) no sólo es aprehensible a través de las manos. El proceso cognitivo-sensitivo visual de absorción de estímulos es más completo si se experimenta en todos estos: visual-táctil-olfativo-gustativo. Desde la totalidad de nuestra organización física-sensorial y a través de recursos orgánicos-espaciales-físicos.
Así pues, si entendemos que en determinadas fases cohabita una implicación total del cuerpo como herramienta canalizadora: mirada, función psicomotriz de cuerpo entero (manos, tórax, brazos, piernas, oído, olfato ...), entenderemos también que el individuo es capaz de mantener un recuerdo más completo y procesable desde la racionalidad para la posterior reflexión-proceso de asimilación cerebral de los hechos acaecidos en el proceso creativo.
Esta forma de aprendizaje, más corporal, que inocentemente puede recordar a los recursos pedagógicos de la primera infancia, es la que aporta a los artistas profesionales esa forma de sentir tan intensa y más cercana al plano de la sensibilidad. Evidentemente, estas prácticas desarrolladas en el recurso de la emoción o emocionalidad, deben ir acompañadas de lecturas y experiencias socioculturales, contextuales e imprescindibles para un entendimiento integral del hecho creativo y para que este no se convierta en un factor emocional aislado.
La lectura, el estudio histórico, político y social del arte, el ejercicio del pensamiento abstracto, la literatura o expresión escrita, la gestión de las situaciones reales en la lógica-matemática y la asociación de conceptos, son los pilares definitivos sobre los que debe conjugarse el aprendizaje del dibujo, la imagen, el arte.
Así pues, si seguimos en nuestro análisis de los dos decálogos, debo señalar que a pesar de que comparto el hecho de que exista una mejora en el decálogo LOMCE (2013) respecto del LOGSE (1992), no he visto en el segundo (LOMCE) una reflexión ajustada a los hechos reales que se dan en la cotidianidad de las aulas. Observo al leer este decálogo una gran cantidad de conceptos expresados en forma de eslogan-objetivos que se enlazan con fluidez. No obstante, si subrayamos o intentamos seleccionar la información más importante es difícil diferenciar unos de otros. Finalmente como resultado quedan pequeños sintagmas de terminología conceptual que denotan conceptos claros y entendibles, pero se pierde, paradójicamente, a mi juicio, la narración razonada del hecho creativo-educativo.
Por otra parte, me pregunto si este segundo texto, esta forma de escritura, puede que sea el resultado de un exceso acumulativo en la concepción del razonamiento académico occidental, en su exposición tradicionalmente racional de lo normativo en lo educacional y en definitiva, de lo académico.
La necesidad de aportar un texto no cuestionable, científico, concebido necesariamente como normativa, puede que sea la razón misma de esta extraña sensación de dejavu insuperable, que, paradójicamente, parece repetirse de forma cíclica en las últimas décadas bajo una visión postmoderna de la educación, pero concebida, aún, como fuente-estanco de un aprender más propio o cercano a los valores de la ilustración, o del pensamiento de la razón ilustrada del s. XVIII.
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