Daniel Jordán, "The Holy Ghost".




Como un ejercicio que aparentemente no va más allá de hacer mímesis a partir de una imagen referencial Daniel Jordan en esta serie somete su pintura a ciertos esquemas más o menos rígidos. Toma fotografías pensadas a modo de escenografía y combina elementos que finalmente sugieren una elegante sensación de caos narrativo.

Combinando tales ingredientes deriva hacia cierto surrealismo; esto se produce de forma casi mecánica a consecuencia de la superproducción industrial de nuestros tiempos: objetos, trastos, y cachivaches que hoy día nos rodean y nos sobran y que él ha escogido como objeto de referencia. 

Es evidente que hay en esa imagen de partida algo residual, la pintura cuando está acabada produce cierta sensación de pobredumbre tanto por la sencillez en que se aborda la propuesta como, posiblemente, por los modelos representados. 

Una pintura cruda y equilibrada que se sitúa lejos de las garras de la teoría intertextual que hemos podido estudiar des de la década de los 70 hasta día de hoy y que en muchos casos, en otros artistas, se traduce en extraños títulos con deformaciones rococó de un discurso con demasiada voluntad. 

Su propuesta parte de la sencillez que reside en la mirada del pintor figurativo (o figurativista) que utiliza el objeto-referente para plasmar los esquemas y las formas que en estos puede identificar, sometiendo, en este caso, el producto industrial olvidado y la acumulación a sus fantasías.

Referencias que apuntan al buen hacer de pintores internacionales que de alguna manera construyeron lenguajes que han perdurado y son objeto de estudio para muchos jóvenes que luchan por demostrar sus capacidades. Entre estos nombres están: Francis Bacon, Lucian Feud, Eric Fischl, Gilles Aillaud y un largo etc de pintores con denominador común figurativo. 

Estas referencias se diluyen en los límites de la técnica y en cierta frialdad que se distancia de la "palabra" y de la narración voluntaria alimentando una estética ensuciada cercana a la ciudad y al estilo de vida solitario, global y precario.

Así pues, diríamos que el pintor trabaja su mirada en dos sentidos diferenciables: la imagen sugerente como ventana de alegoría, y la imagen pictórica como producto de una técnica concreta desarrollada con herramientas formales.

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