Un misterio extraño se ha apoderado de la estética de la contemporaneidad. Se ha instalado hace tiempo y nos ofrece un panorama que seduce, puede que, por la propia extrañeza exótica que engalana la fachada.
Víctimas y verdugos de la vorágine de la actualidad, perseguidores de nuevas tendencias y expertos a sueldo en la búsqueda del reconocimiento, aparecen y desaparecen en nombre del arte contemporáneo.
Escribir en presente es saber que no sabemos. Muchas de nuestras reivindicaciones, más allá del enunciado, son volátiles y plastificadas. Dada esta relatividad, convivimos, de alguna manera, mirándonos de reojo y agitando, malcriados, este nuevo y extraño “mundo de las ideas”. Cuestión que no preocupa y que no deja de ser un conflicto interno.
Se han abierto muchas direcciones, infinidad de posibilidades, pero desgraciadamente las ideas quedan en segundo plano en favor del factor “reconocimiento” y en el peor de los casos, del lucro especulativo.
I es que el mundo del arte ahora también es espectáculo, y lo quieren grande. No quieren minucias ni dudas de humildad. Desde fuera o desde dentro, de alguna manera, perdimos esa noción de verdad que nos hacia creer en algo, al menos, aparentemente justo.
Inaccesibilidad exótica: la apariencia es una norma, una danza exigente para mantener el exotismo. La belleza de lo diferente requiere sacrificio, pero por suerte, existen otras realidades que aún nos sirven de referencia y la barrera que mantiene dicha distancia es débil.
El surrealismo se ha hecho real, no es una idea de combinaciones imaginarias, es una realidad. Vivir dentro sin mirar hacia fuera resulta venenosamente divertido, y así, lo sublime y lo mediocre se dan cita en este conflicto que late “entre bastidores”.
Para los más curiosos la deconstrucción de este “paradigma” puede traducirse en decepción.
En arte se juega; jugamos con las formas, con el amor, jugamos con las palabras la ética y la moral. Jugamos con la técnica y la realidad. Finalmente -esto ya se sabe- descubrir la verdad es como pelar una cebolla. En su interior no hay nada.